Friday, January 20, 2012

Un verano en Mallorca

Hoy 20 de enero de 2012 es el cumpleaños de Heberto Padilla. Había nacido en Puerta de Golpe, Pinar del Río, en 1932. Para recordarlo, como a él de seguro más le gustaría, he escrito estas memorias de nuestro viaje a Mallorca, y reproduzco algunas fotos de entonces. Fue un viaje inolvidable y ha de seguir siéndolo aunque pasen siglos, pues nunca dejamos de vivir, aún después de muertos. !Feliz cumpleaños, querido Heberto!

Belkis Cuza Malé
         
         En 1982, viajamos a Madrid invitados al Congreso Internacional de Poesía que iba a celebrarse a mediados de julio en aquella ciudad. Era mi primer viaje largo en avión y yo no dejaba de pensar en cómo iba a poder soportar todas esas horas de vuelo, aquejaba como estaba de la fobia a volar.  Pero en la blbioteca de Princeton encontré un libro estupendo que me preparó para el viaje. Se llamaba Fear to Fly y es lo más completo que he visto sobre el tema. Porque además del miedo a volar, me iba con la aprensión de tener que dejar a mi querido John, un pastor alemán mezclado con una raza más tierna, que se quedaba en casa, al cuidado de la inglesa Marilyn, la novia de un amigo muy querido.
            Vestida de blanco, como le había prometido hacer a la virgen de las Mercedes siempre que viajase en avión y tras la partida desde el Kennedy, oraba en silencio, mientras comía a ratos aquellas uvas grandes y moradas que recomendaba el libro para mantenerme hidratada, y sin dejar de hacer respiración yoga, logré pasar la prueba de fuego de las seis horas de vuelo y llegar a Madrid.         
 .            El congreso, que estaba coordinado por el poeta Luis Cartañá, residente en Puerto Rico, y quien moriría poco tiempo después aquejado de un cáncer cerebral, resultó un agradable encuentro con nuevos y viejos amigos poetas.  Allí estaba Nicanor Parra, amigo de otros tiempos, de Cuba y más recientemente de New York. El pelo grisoso y desgreñado, alborotado al viento, y aquella camisa blanca de mangas largas que pedía a gritos un planchado. Pero Nicanor era y sigue siendo un encanto de persona, un gran poeta, y un amigo generoso, y a él esos detaches de la etiqueta le tienen sin cuidado. Ecologista como es, de seguro prefiere el lino duro que no necesita de esos planchados o los tejidos a mano de los indios.          
                A primera vista, me gustó mucho Madrid, pero más Barcelona, con su barrio medieval y sus cremas catalanas aromáticas que no se parecen en nada a nuestras natillas, pero que son igualmente ricas. Y en esa Barcelona que tiene la energía de una época difícil de ubicar, entre moderna y pasada de moda, fuimos huéspedes por unos días de nuestro amigo Mauricio Wacques, escritor chileno-francés que había colaborado con Jorge Semprúm en el guión de aquella famosa película de Costa Gavras, “Z”, con Ives Montang e Simonne Signoré.  Mauricio ya nos había visitado en Princeton, pero en realidad lo habíamos conocido desde mucho, mucho antes, en La Habana de finales de los sesenta, cuando todavía vivíamos en el apartamento de la calle O y Humbold, donde fuimos detenidos por la Seguridad del Estado. Por entonces Mauricio residía en Cuba enseñando un curso en la Universidad de La Habana, que no sé si era de filosofía, historia o qué.  Lo cierto es que solía visitarnos, y comíamos y charlábamos a nuestras anchas.  Porque Mauricio era un ser especial, largo y flaco, que ya había publicado varios libros y residía en España, tras haber vivido largo tiempo en Francia.  De sus años en Chile recuerdo en especial lo que nos comentaba alrededor de aquel padre que lo procreó ya siendo un viejo y que fabricaba vinos.  Siempre tuve la impresión de que Mauricio poesía el estilo de un caballero arruinado, con ínfulas de dandy, sin lograrlo, que hablaba con cierto histrionismo, enfatizando con voz  fuerte, y acento casi francés, aquello que parecía querer defender siempre a capa y espada.  Tenía una boca muy grande que hacía quizás más poderosa la expresión de su rostro cuando hablaba. Marxista o semi marxista, lleno de filosofías modernas asentadas en los autores más notorios, y en Sartre, Mauricio encontró pronto en Heberto al amigo con quien conversar sobre esos temas, que tanto apasionaban también al poeta de Fuera del juego.  La visita de Hans Magnus Enzensberger a Cuba, un par de años atrás, todavía era marco de la conversación de sobremesa.  Del mismo modo que  la presencia de otro alemán, Gunther Mask, un joven profesor de filosofía allá en Franckfurt, revoltoso en su país, con las ideas de los jóvenes radicales de entonces, lo que luego le costaría ser condenado a prisión por un tiempo, en la misma celda donde había estado Hitler en sus años mozos.
       El viaje a Mallorca sería por barco, y con nosotros viajaría Mauricio, como invitado nuestro. Era un pequeño regalo a su amistad. Tomamos el barco de la empresa mediterranea en el puerto de Bacelona y  tengo que decir que era también mi primera experiencia como pasajera en un barco que haría una travesía tan larga por alta mar.  Llena siempre de pánico, me refugié en la sala de juego, para dejar que pasara el tiempo, Fue también la primera vez que gané algo: el equivalente a $50 y esta pequeña alegría en medio del nerviosismo de la espera me hizo sentirme a salvo de los pensamientos negativos.                       
         Pero respiré aliviada cuando llegamos a Palma, la hermosa capital de la mayor de las islas Baleares.  Caminando por el paseo central me sentí como en La Habana. Hacía muchos años, en mi temprana desesperación por abandonar Cuba, le escribí a mi tía abuela Cenobia, pidiéndole que me ayudara a venir a Mallorca. Ella estuvo de acuerdo en ayudarme, pero me advirtió que allí (año 1962) las mujeres no trabajaban en la calle. Por supuesto, que desistí de la idea porque no me agradaba vivir en un sitio donde las mujeres no tuviesen derecho a lo más elemental.  Eran todavía los años del franquismo.
        Desde la muerte de mi abuela María Brunet en 1933, su hermana Cenobia no había dejado de comunicarse con mi madre, y le escribía siempre en catalán, idioma que más que entender, mi madre intentaba adivinar.  Luego, comenzó a escribir Monserrat, hija de un hermano de mi abuela, que se había criado desde pequeña con Cenobia. A principio de los sesenta, Cenobia y Monserrat se mudaron a Mallorca, tras la joven contraer matrimonio con Isidro, un cazador de la isla. Las cartas de Monserrat a mi madre estaban siempre encabezadas con una crucecita en la parte superior del papel y, por supuesto, escritas también en catalán, hasta que mi mamá se llenó un día de valor y le confesó a su prima que ella no podía leer catalán, que por favor le escribiese en español. Y así lo hizo en adelante la dulce Monserrat, de quien conservo fotos de su juventud, incluso de aquéllas en que se le ve con uniforme escolar, mirando hacia el infinito con esos  hermosos ojos azules que la adornaban.  Y ella fue, en 1982, la razón principal de nuestro viaje a Mallorca, ir a conocerla, a ella y al resto de la familia. Mi tía Cenobia había muerto a avanzada edad, a principios de los setenta, y ahora la familia inmediata de Monserrat se componía tan sólo de su esposo y sus tres hijos.  Una vez en Palma, nos dirigimos a Buñola, no lejos de la capital, donde residían Monserrat e Isidro. Fueron dos días intensos, donde además de disfrutar de la compañía de todos ellos, y de visitar a otros amigos suyos, fuimos a casa del poeta y traductor escocés Alastair Reid.  En el paradero del tren que nos llevaría hasta Sóller, no lejos de Buñola, se nos unió Mauricio, y con él hicimos el viaje hasta esa ciudad costera, llena sobre todo de turistas alemanes. Durante el trayecto, Ernesto fue el primero en señalar lo que ya era habitual en todas partes, las extranjeras tomando el sol junto a la playa con los senos al aire, sin que se tratara de sitios especiales para nudistas.Y al llegar a Sóller, presenciamos cómo sacaban dos cuerpos sin vida del agua, aunque por fortuna no lo suficientemente cerca de la orilla para ver detalles.  Sé que estuvimos en casa de Alastair Reid, que por entonces se encontraba traduciendo los poemas de Heberto, y que mantenía esa casa en Mallorca desde hacía años porque disfrutaba de lo rústico y necesitaba esa soledad para realizar su trabajo. Las fotos nos muestran  frente a su casa, pero he olvidado los detalles. Alastair, según comentó alguna vez, fue una especie de asistente o secretario de Robert Graves, durante los últimos años del poeta y escritor, quien vivió en Mallorca, desde 1923 hasta su muerte, en 1985, en una casa que es hoy su museo.  El autor de Yo, Claudio está enterrado muy cerca de su casa de Deiá, junto a la iglesia del cementerio del pueblo.  También a Mallorca, en el norte de la isla, y en la Cartuja de Valldemosa, fue a vivir por un tiempo FredericChopin, en compañía de George Sand y los dos hijos de la escritora, a quien el famoso músico ayudaba a  criar. Alguien les había recomendado el clima de la isla, pero el invierno de ese año, lleno de lluvia, nieve y humedad, empeoró su estado y tuvieron que marcharse antes de lo previsto. Como el acceso al sitio era escarpado y con peligrosas curvas, las mulas que conducían el piano mandado a traer para Chopin desde Francia.apenas si podían con la carga. Hoy la Cartuja se ha convertido en el museo Chopin y allí permanece  el piano.       









 Antes de embarcanos de regreso a Barcelona, Mauricio insistió en que no dejásemos de visitar la Catedral de Mallorca, y allá nos dirigimos.  Pero la puerta por la que intentamos entrar no estaba abierta al público y tampoco la catedral en ese horario, de modo que lo único que pudimos hacer fue dejar que Mauricio nos tomara una foto frente a la verja. Al develarla, para mi asombro, encontré que en las escaleras aparecen una virgen gótica, con el Niño en brazos, y varias otras siluetas en la luz, que pertenecen al mundo sobrenatural. Y aunque la catedral se encontraba vacía, pueden observarse varias personas sentadas en lo alto, en esa especie de atrio que vemos al final de las escaleras. Nada de esto era posible, pero tampoco tengo una explicación para esta foto en la que aparecemos como testigos involuntarios frente a la verja de hierro. Testigos, pues, de lo prodigioso, como la vida misma.